miércoles, 15 de junio de 2011

Mientras la Rueda siga girando...


Parece que Belén Rueda ha encontrado un filón que ya no se le escapa. Recuerdo a la joven Rueda mamoneando en series como “Periodistas” o de presentadora en concursos de la televisión que hoy, por suerte o por desgracia, ya no existen. No existen porque la gente ya no está dispuesta a pasar la noche de un viernes viendo “¿Qué apostamos?” en el sofá de su casa. Se van al cine, o de botellón, o se enchufan una película descargada previamente, y a los fieles de la pantomima española, el "DEC" ya les va bien, el DEC es la involución de ¿Qué apostamos?, por un lado mejorado, porque en el lugar de Ramón García se encuentra el pivonaco este de Cantizano, y por el otro bastante jodido, ya que han sustituido a la pizpireta de Belén Rueda por la vena de María Patiño, sólo la vena, la Patiño viene detrás.

Decía que la rubia natural de tetas postizas (no, en serio, sé que no es natural, pero entonces la expresión no quedaba igual de bien), se ha cansado de ser el títere de Deus, su ex y la Machina que los parió a todos juntos en los Serrano, para protagonizar películas, no de terror, pero de sustillo, que tanto proliferan y que tanto gustan actualmente a los directores españoles.

El caso es que me vi las dos películas de grititos en las que sale Belén Rueda, en plan maratón, de un tirón y sin respirar demasiado, ¡Zasca!, no fuera a arrepentirme…

Y bien, qué quieren que les diga, una ya la tenía controlada, era la segunda o tercera vez que le echaba un ojo a El Orfanato de J.J. Bayona. La novedad para mi fue Los ojos de Julia, que hasta el final de la película no supe que no era también del Bayona, háganse una idea de cómo está el patio.

Dudo mucho que la culpa sea de la actriz principal, ya que interpreta ambos papeles, que tienen un fondo completamente distinto, de manera impecable y dentro del registro que le corresponde, pero hay que decir que El orfanato y Los ojos de Julia comparten más de lo que a sus directores respectivos les gustaría reconocer.

A lo mejor se sentaron a tomar unas cañas y Bayona encantado de prestarle unos truquillos a Guillem Morales, que si golpecitos en las paredes, que si encierra a la protagonista sola y desvalida un par de días en una casa donde el peligro acecha en cada esquina, que si ponle al lado a un buen “marío”, que la quiera pero que la deje a su suerte a la primera de cambio…ya sea por abandono del lugar conyugal como por abandono de la vida conyugal.

Quizá sea porque, poco acostumbrados como estamos al buen cine español, nos sorprendemos al descubrir dos films de terror/sustillo, con técnicas que no dejan de innovar dentro de lo clásico. Demostrar que uno mismo puede ser el jodido fantasma o enseñarnos sólo lo que un ciego puede ver, son maneras de acojonar al personal de una forma creativa y original.

Y no olvidemos al chalado de Los ojos de Julia, media película me pasé asegurando que se trataba de un actor en concreto, “El del ventdelplà” decía, “El bajito con rizos” decía, ya que sólo se le veía de espaldas, o descabezado cual gallina.

¡Qué choque de sentimientos cuando finalmente dio la cara! Por un lado alegría, sentimiento de “ya te lo dije”, porque sí, porque era “El del ventdelplà”, por el otro emoción, ya que la película da un giro espectacular en ese momento, y por último un mal rollo que te cagas, al verlo apuntando un cuchillo de carnicero a los preciosos globos oculares de la rubia.

Por suerte y gracias a Dios, no le dio por los otros globos, por las tetas vaya, o hubiese montado una carnicería antes de tiempo. Una carnicería de la "güena", con mucha silicona y eso...



miércoles, 8 de junio de 2011

París, Texas: El Bodeville


Bueno, he acabado de ver París, Texas ahora mismo (he tenido que verla en dos partes, ya que entre mi moñería debida a los analgésicos para el catarro y la lentitud del film en sí, podría haber caído en un sopor del que no me despertaba hasta el año que viene) y no me puedo creer que haya acabado de esta manera. Es decir, ¿llevo dos horas y dieciocho minutos viendo cómo un hombre no hace más que andar por las áridas tierras del desierto texano y houstoniano buscando reunir a su familia para finalmente largarse con viento fresco con un coche que le ha “cogido prestado” a su hermano? Y no es lo único que le ha robado al hermano, recordemos el secuestro de su hijo, el hijo que abandonó debido a un brote de locura que él prefiere llamar amnesia y que ha crecido sano, repelente y rubio gracias al panoli de Walter, el publicista de vallas.


¡Y encima hace llamar al niño de 8 años para que se lo cuente a su padre!¿Estamos locos o qué? Walter, el publicista de vallas, hermano que se deja arrebatar al crío como si tal cosa (aunque pensándolo bien, yo tampoco opondría mucha resistencia) y que nada más se sabe de él, quizás porque sigue en el hospital cuidando de la obsesiva de su mujer que, tras la desaparición/traición, no ha parado de lustrar los zapatos de la familia en la terraza con la esperanza de que el niño de marras vuelva a casa cargado de admiración y algo de respeto por los que le recogieron de los brazos de su biológica madre pirómana.

Travis, el muy truhán, se las monta que da gusto verlo. Resulta que el hombre aparece amnésico en medio del desierto y tiene que ser rescatado por su hermano. Pobre Travis, pobre desgraciado, que dura habrá sido su vida durante estos cuatro últimos años, no se acuerda de hablar, le da miedo subir a un avión (pobre, pobre Travis) y los gestos para agradar a su hijo y compensar a la familia de su hermano por el esfuerzo los clasificaría yo en una carpeta que se encuentra entre la demencia-rozando-lo-infantil y el ridículo-con-problema-mental-grave, por estricto orden alfabético.

Pero Travis se quita la careta y decide empezar con el show.

Secuestra al niño haciéndole la típica psicología inversa (no no, tú no vengas, sólo voy a buscar a tu madre, a la que hace 4 años que no ves, a no ser que sea en super8, si quieres puedes llamar papá a Walter, sólo te ha estado cuidando y costeando tus estudios mientras yo me hinchaba a tequilas al otro lado de la frontera). Después, va a ver a su mujer, que ha sido vilmente corrompida por el placer y la lujuria y a la que no soporta ver en ese estado (Pobre, pobre Travis). Finalmente, y viendo que su relación no tiene solución, decide ser sincero con su hijo y decirle que le es imposible cerrar la herida de su matrimonio (¿Pero que le habrá hecho la vil mujer ésa al pobre hombre de cabeza pequeña y gorra aún más pequeña?). Por suerte todo sale a la luz, y descubrimos que la descarada sólo huyó con su hijo de tres años de un matrimonio dónde las broncas derivadas del alcoholismo, las campanillas de reclutamiento atadas a los tobillos y los cinturones usados como cuerdas de sujeción estaban a la orden del día. ¿Pero cómo se atrevió?


Entiendo a Travis, a veces la vida te las mete que ni te das cuenta, por suerte él supo reaccionar a tiempo y se largó de su casa en llamas para darle una vida mejor a su familia. Pero su mujer, en un acto que la honra, pide perdón, se excusa ante su marido por todas las injurias e incluso le insinúa volver a encontrarse para formar de nuevo una familia (en serio, ¿Qué le dan a esa mujer en el local de varietés para que su cabeza funcione como lo hace?), pero Travis no puede, no puede superar la herida del pasado, tiene que seguir carretera y manta y sin mirar nunca hacia atrás, eso sí, con el dinero y la furgoneta de su hermano y llamando a cobro revertido. Olé.

¿Y respecto a la historia familiar de sus padres? A lo mejor (sí, he dicho A LO MEJOR) yo no me entero pero, ¿qué importa? ¿Acaso le importa a alguien que el padre dijera que la madre era de París? ¿Qué mas da? ¿Qué influencia tiene eso en el personaje? ¿Es que la película no dura ya lo suficiente?

Entre los silencios incómodos en los que le arrancarías algo al flacucho para que se dignara a hablar y las micro-secuencias donde, tratando de dar profundidad al film, se ponen a hablar de algo que nada tiene que ver, para que se vea que sí, que en las películas también se habla de todo un poco, dan ganas de coger al director de fotografía y a cuatro cámaras (estos sí valen la pena) y montarse su propia road movie, donde (¡Por el amor de Dios!) ALGO lleve a alguna parte.